sábado, 12 de septiembre de 2009

PALO PANDOLFO: en llamas



Entre los reportajes más preciados de sus últimos años, me aseguran que Graziano conserva este encuentro con Palo Pandolfo. Por muy diversas razones, algunas que no vienen a cuento. Pero sea lícito decir que lo que finalmente se publicó en Rumbos algunos meses atrás, es sólo la punta del iceberg. La foto que aqui ilustra, es de Carolina Camps.


OFICIO DEL CANTOR
Establecido como uno de los artistas más influyentes para las nuevas generaciones de cantautores, Palo Pandolfo está de vuelta. Tiene disco nuevo y una banda con el mismo nombre: Ritual criollo. Desde Don Cornelio en los ’80, hasta su presente solista, pasando por el ascenso y caída de Los Visitantes:
retrato del artista en llamas.

Por Martín E. Graziano

Si algo queda claro desde el comienzo, es que Palo Pandolfo es realmente un artista. Es decir, se trata de una de esas personas que, aún si no se hubiera dedicado a vivir de la música, sería un artista. No un intelectual, no un artesano con talento. Sentado en el centro de operaciones de Ritual criollo -su nueva banda, disco y proyecto-, Pandolfo discurrirá a lo largo de toda la entrevista en contacto permanente con su magma poético, yendo y viniendo a través de ese camino que aparea al artista con el loco.
Y es, todo parece indicar, un buen momento para el cantor. El año pasado el sello Típica Records publicó su tercer disco como solista y aprovechó la oportunidad para reeditar los dos primeros: A través de los sueños y Antojo. Asimismo, la nueva generación de cancionistas del Río de la Plata no pierde oportunidad para nombrarlo como un referente ineludible. Músicos fundamentales para entender la nueva música popular rioplatense -como Pablo Dacal, Lisandro Aristimuño o Gabo Ferro- encuentran en Palo, además de un interlocutor, al paradigma del cantautor que, proviniendo de la cultura rock y desde una sensibilidad personal y contemporánea, establece un lazo orgánico con las músicas nativas.
En ese sentido, este Ritual criollo es una de sus propuestas más acabadas. Si bien en el disco conviven buena parte de las obsesiones y leit-motivs artísticos de toda su carrera, inaugura algo así como una etapa. Es verdad, la visceralidad poética y expresionista ya era patrimonio de Don Cornelio, su banda de los ’80. También es cierto que Los Visitantes ya recurrían a las músicas de raíz latinoamericana para trazar su mapa de intereses y que, en Antojo –su disco de versiones-, se paseó por un eclecticismo casi esquizoide que unió a Quilapayún con Radiohead. Sin embargo esta vez, esa compulsión volcánica apareció en la superficie sino domada, mucho más enfocada.
-¿Cuáles fueron los motores para Ritual Criollo?
-Hay algo importantísimo: un nudo de canciones del amor, de la fe y de la esperanza. Canciones que significan estar en mi casa, tener una segunda oportunidad, una hija recién nacida, enamorarse y apostar todo a eso. Ese es el núcleo. Todos esos temas son para la misma persona, para la misma situación. Cuando compuse “Amor (practico el ritual)” dije ‘bueno, ya tengo el disco… con este tema puedo salir y ponerme al lado de Calamaro’. Eso es tener un disco. Un tema que la gente entienda, que a mí me guste, que me signifique mucho y que diga cosas. Los temas son chispazos, chispas que tenés que atrapar y después podés desarrollar con la voluntad. Pero si esa chispa no está, el tema no existe.
-Tu obra actual está absolutamente en conexión con las músicas de raíz ¿Qué encontrás en esas músicas para expresarte?
-Yo les digo ‘músicas de ancestros’. De alguna manera, uno es un médium, entonces llego a esas músicas -a esa raíz-, a través de la intuición. La intuición puede ser auditiva, puede ser una voz que uno escucha dentro, en el silencio y la soledad. Si bien todos los seres humanos tenemos lados y graduaciones donde están todas las potencialidades del universo, hay gente que desarrolla más cierta sensibilidad. Y yo siempre me alié a la música y desde allí se me comunica. De chico tarareaba cosas inventadas, y un chico no compone: un chico trasmite. Yo tengo dos niñas, y veo que las primeras semanas los niños están más allá que acá. Y son geniales. Miran el aura alrededor de cada persona y perciben sólo energía y vibraciones. Son un tester de violencia. Ante ellos, depurate o andate.
-En la canción “Oficio del cantor”, que abre el disco, te reconocés definitivamente como cantor y no como cantante ¿cómo es eso?
-“Oficio de cantor” tiene que ver con esa Argentina del 2002. Con pagar la olla con la guitarrita, porque si no salía a tocar ni siquiera morfábamos. Olvidate de pagar la hipoteca, la luz, el gas. Entonces ahí fui adquiriendo el verdadero oficio. Tardé veinte años. Andaba por el interior, con la mochila y la guitarra. Con mis huevos, en mi aura, bajo mi responsabilidad, y para mantener a mi familia. Y me curtí. Siempre me había jactado de haber trabajado en fábricas, de cadete, vendiendo sanguches, pero ahí fui mi manager, vendiéndome a mí mismo dignamente como producto. Sin embargo esa canción, que fue muy importante en el sentido de que lo compuse a viva voz como si fuera una cosa lista, me puso en una trampa. Ahora estoy como con miedo, porque me plantee hacer todos los temas así y quedé atrapado. Entonces estoy meta escribir, pero no agarro la guitarra ni por puta. Escribo y escribo, bebo, me vuelvo loco y subo, bajo, y escribo. Mi única arma psíquica para no matarme sigue siendo escribir.

CORNELIO Y VISITANTE
Al frente de Don Cornelio y la Zona, Palo Pandolfo fue uno de los héroes del underground rockero en los ’80. Junto a Federico Gahzarossian, Claudio Fernández y Alejandro Varela, dibujaron el recorrido inverso para cualquier banda. Partieron desde la masividad que significaba un primer disco sutilmente amigable, producido por Andrés Calamaro, y a caballo de un hit imbatible como “Ella vendrá”. Luego, la espiral descendente de la primavera democrática los llevó hacia el fondo y, desde allí, pegaron un timonazo que fue un aullido: Patria o muerte. Un disco diametralmente opuesto al anterior, agresivo, nihilista y capaz de una canción como “Patearte hasta la muerte”. El tiempo y los homenajes les darían la razón, pero cuando se preparaban para grabar un tercero, la compañía les devolvió el contrato.
-A esta altura, y después de varios reconocimientos ¿qué sensación te deja el aporte de Don Cornelio?
-Primero, Don Cornelio es una satisfacción tremenda. Sobre todo en el sentido de lo que significa que tanto Chizzo (La Renga) como Adrián Dárgelos (Babasónicos), sean fans de Patria o muerte. ¡Todo el rock nacional está en el medio de ellos dos! Cuando vi que ellos eran fans de la banda, y cómo se habían ido ubicando, me emocioné mucho. Eso es una satisfacción, con todas las letras. Me llena. Yo los quiero, porque además soy un chabón muy de fogón y me caben los locos. Me gusta el rocanrol, la locura, esos códigos. Entonces, me siento como una especie de disparador de líneas.
-¿Qué significa que parte de una generación te tenga como referente?
-Lo que pasa es que estoy acostumbrado a que la gente me tenga ahí. Soy Palo Pandolfo, convivo con eso desde los 14 años. Desde que debuté en el ’79 con Sempiterno, pasando por Don Cornelio y Los Visitantes, lo único que escuché siempre fue ‘Vamooosss Paloooo’. Y bueno, soy Palo, pero no quiero más ser el líder de ninguna banda. Justamente creo que estoy acá porque destruí una imagen paterna, así que no quiero ser yo la imagen paterna de ninguna puta banda. Sólo necesito poder transmitir un mensaje, y que sea Palo o Pilo me da lo mismo. En el fondo, yo me voy a morir y va a quedar algo de lo que pude haber transmitido a partir de esa intuición, que me trae cosas que son de todos nosotros.
-En los ’80, Don Cornelio era una rara avis, y en los ´90 Los Visitantes no participaron de ninguna corriente exitosa. ¿Cuál es el costo de estar en ese lugar de ‘artista de culto’, disfrutado por minorías que lo sienten con una gran carga afectiva?
-Que en Argentina no hay mercado. Te cagas de hambre, digamos. Obviamente, puesto como vos lo pusiste, es un dulce ser ‘de culto’. Porque tiene que ver con esa sensación de trascendencia, de algo más allá de uno y las vicisitudes personales. Pero es un tema delicado. No por nada siempre traigo a Van Gogh a la discusión, que pudo hacer esa obra en semejante quebradura humana. Quebrando como loco contra todas las normas establecidas, familiares, sociales, culturales, políticas y artísticas. Quebraba hasta el caño en el pecho, hasta el puto tiro y el corte de la oreja. Tuvo una educación muy católica, pastoral, y vivió en el pecado de la carne hasta que se fue a vivir al pueblo. Ahí entendió que el amor es lo que salva, es lo que te ilumina. Pero como la mina de la que se enamoró no le dio bola, empezó a enloquecerse: se dio cuenta de que no iba a poder amar a nadie más. Y se fue al carajo, porque si ella no le daba bola, se podía enamorar de otra. ¡Lo importante era concebir el amor!

-En una entrevista Francisco Bochatón, otro artista de culto, me dijo: ‘no me quiero regodear en el dolor: yo quiero ser feliz’.

-Exacto. Yo también tuve que rebatirme a mí mismo ese concepto, porque en una época pensaba que el mejor cantante era el que más sufría. Como Camarón de la Isla, el gran cantante de todos los tiempos. El chabón se plantaba ahí y te mandaba una letanía… Era un duelo y un dolor. Yo estaba por ahí, con Luca Prodan y Camarón. Había que sufrir. Pero ahora no, creo que hay que trabajar con las emociones. En el fondo, el artista vive buceando en esa especie de museo emocional. Esa es nuestra materia.

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